lunes, 21 de abril de 2008

ENTRE LAS CUATRO PAREDES




ENTRE LAS CUATRO PAREDES de mi cuarto,
el mundo se suaviza.
Esta tarde, poseída a plenitud, meteórica, pinté un poema
sobre una maderita que ahora luce junto al niño Jesús.
Los libros que se amontonan, obstruyen el camino y la limpieza:
de no haberte cruzado por mi vida, yo no sabría leer.
A las 5 p.m. la enfermedad es una buena disculpa
para esperarte solitaria en la ventana, cuando
tengo el pecho apretado y este aire me asfixia.
Pobre hígado, es como haber probado éter
y estar bajo el dominio de la presión o la temperatura.
El tiempo transcurre en el poema, mi frente hierve
tú, entre nervioso y displicente, te apuras en mover
un poco de azúcar en el café pasado.
Es hora de apurarse, de dejar que cada poro de mi cuerpo
diga lo que tiene que decir.
(En estas circunstancias, no es difícil pensar en el adiós
y toda confesión se vuelve perentoria.)
Cada una de las edades que conforman mi edad
pasarán turbulentas y yo volveré a ser
la jovencita que a los quince estuvo a punto de sucumbir
pero que aún respira.


(De Memorias de Electra, 1984)

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