domingo, 10 de agosto de 2008

SE BUSCA EL AMOR EN LA CIUDAD



1.


Es verdad, en tu nombre, persiguiendo
las más oscuras metamorfosis de tu ser
atravesé las calles / erré esquinas
y en la punta del más alto edificio supliqué

Tu mirada entonces como el ónix más puro
sólo reverberaba
al ritmo de la ira o el desdén


2.

Extinguido el círculo de pasión en que tu cuerpo
danzara acompasado junto al mío
impasible apelaste al silencio
y el afán, el deseo y la entrega
volvieron la mirada hacia adentro
hasta encontrar
a ese mezquino tuyo que dormía
y se lanzó una tarde
por la oculta avenida
donde ninguna luz detiene el mal



3.


Lentamente
como la crisálida cuando cambia de piel
te despojaste de esa mi piel que te cubría hasta la asfixia

Hasta en sueños, posesa, te seguía
te llenaba de gritos imposibles
escaleras de angustia y ramblas encantadas
pasajes donde mi cuerpo
de vuelta a la vigilia te buscaba
atisbando en la niebla
la más ligera huella de tu paso
para adherirme a ti, a tu olor y a tu forma
vagando entre los muros de una ciudad sitiada

4.


Esta ciudad es más bien una isla
y esta isla el tinglado donde asoman
un príncipe de palo y su muñeca en llamas
Solían hallarse a la luz del insomnio
cuando a los muros sigilosos trepaban
el rumor de las calles
o el silbido de algún quieto mendigo

Él era arisco y se dejaba amar
ella le recorría suavemente
el tibio contorno de los miembros
y en la penumbra invocaba los nombres
de esa emoción que con él le nacía
como una fuente primitiva de ecos
o una cadencia líquida de signos
Las nacientes palabras vertían
un salmo de exaltación y de ternura
al tenderse los dos alternando en la almohada
a labrarse en el torso un tatuaje de besos




5.


¿Era el índice o el medio
la vara que celosa medía mi epidermis
viajando por los pliegues y el recodo
pulsando entre los poros
el dormido delirio y el resplandor del vértigo?

Como rey una tarde
el bosque de mis vértebras uncías
o hilabas con dulzura
la enrevesada trama de mi cuerpo

Dedo del corazón:
al confín / en la punta del alba
desplegabas mis párpados
me entreabrías el pecho
y al rozarme un instante poseías
la desnuda mentira de mi entrega

Faro de la iridiscencia y la plegaria
de la infinita búsqueda en la carne
de mi sordo aferrarse a tu costado
al oficio de fuego de tu lengua:

tientas la oscuridad y la tibieza
traes la plenitud y me abandonas
adivino y ausente cual los dioses
inaudito testigo que me pierde

6.


Cuántas veces tejida entre la noche
tu cabeza de pino y alabastro
ha rodado hasta mí

Alimañas muy finas le lamían los ojos
y el cabello, como cien cuerdas tensas,
lanzaba un acorde salmodiando
la dulce melodía que sonaba
cuando en la piel dormida me tenías
anudada en la sombra a tu cintura
a tu ilusión de besos y caricias
temerosa del haz que descubriera
el paisaje alevoso del amanecer




7.


Temía la ciudad
lo que la excede y justifica
sus largos edificios coronados de palomas y aljibes
los secos labios del viento
el ulular de relojes y antenas
el vaho de la calzada en el invierno
las viejas ataviadas de armiño
y esos jóvenes golfos
suplicando una noche en el muelle una pose de afecto
como yo enfebrecida buscando tu perfil en el tiempo
en el ardor del bar
trepada en una berma
ante un perro que ladra
tu perfil y tu frente
enquistados en mí
dueños de la ciudad en que partías
en dos mi corazón, mi inquieto canto

8.


Olas y gente
calles y plazas desveladas
con el peso de tu imagen pasando
como si un anda invisible la arrastrara
y luego
asfalto abajo
la hundiera en ese túnel
donde la vida a otro ritmo circula
y el buen Cerbero de la garita herrumbrosa y helada
presto me arranca la moneda y los dedos
en el preciso instante en que te lleva el tren

Entonces
subo y bajo peldaños como paria
desde el andén
tu rostro reverbera en los avisos
tus espléndidos dientes
sonríen con argucia que me incita a lanzarme
a ser sólo en el aire
un punto que hacia ti vuela y estalla
se precipita en una límpida caída
un alarido triste como el último coche
oscuro y vacío y vibrando.
En Ónix, 2001.

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